Son las 12:30. Es la mejor hora para salir y hay que aprovecharlo. Me pongo la bufanda, la chaqueta y el gorro. Cojo las llaves y las meto en un bolsillo, el móvil en el otro y los auriculares puestos. Me debato entre música o podcast, y salgo a pasear.
Hago la ruta de siempre, escojo los callejones secundarios antes que la calle principal para llegar a la Grand-Place —prefiero el silencio y poder escuchar los pájaros cantando en vez del ruido de los coches.
Paso por delante de la escuela de arte y veo a chicas con carpetas de dibujo bajo el brazo que me recuerdan con cierta ternura a mi época en Bellas Artes —parece que no, pero ya hace casi cinco años que acabé la carrera.
Sigo andando hasta llegar a la plaza principal y paso por delante del Moma Coffee. Es una cafetería muy pequeña y siempre está llenísima de gente, aunque no me extraña porque está todo muy bueno y las chicas son majísimas —a veces incluso nos regalan brownies. Giro a la derecha para llegar a la Grand Rue. Me encanta mirar los escaparates, sobre todo las tartas de las boulangeries. A veces descubro algún callejón nuevo y pienso que tengo que venir otro día a investigarlo y descubrir a dónde lleva.
Me desvío un poco para llegar al punto más alto de Mons. A un lado la catedral, al otro el beffroi. Aquí me doy cuenta de lo bonito que es todo. No suelo hacer muchas fotos pero, de las pocas que tengo, la mayoría están hechas desde aquí. Escucho sonar las campanas —¿qué hora será?— y esto me reconforta, supongo que tiene que ver con haber vivido toda mi vida al lado de un campanario. Siempre que estoy aquí pienso en lo mismo: desde que vivo en Mons, he aprendido a amar los paseos.
Llego a la Place du Parc, hay una iglesia que ahora es un museo y siempre me fascina esa idea. De fondo suena El mundo de Love of Lesbian —hacía años, AÑOS, que no escuchaba nada de este grupo, con lo que me gustaba—, me parece una canción preciosa.
De repente empiezo a pensar en el proyecto de diseño que estamos trabajando en el estudio. Hace días que damos vueltas a la parte conceptual, tenemos las bases muy claras pero siempre hay un punto de bloqueo antes de tener la gran certeza. No sé si es por el paisaje, la canción que hace que todo parezca un videoclip, o yo que estoy demasiado sensible, pero de repente me emociono —como por el síndrome de Stendhal— y creo que he tenido una idea para el proyecto.
Ya veo los árboles de delante de casa, busco las llaves en los bolsillos, abro la puerta y subo. Me siento directamente en el escritorio y me pongo a bocetear. Antes de salir no me apetecía mucho ponerme con el proyecto, pero de repente he recuperado la motivación y creo que lo tenemos.
Quizás infravaloramos el poder que tiene pasear para activar o canalizar la creatividad, para hacer nuevas conexiones o inspirarnos. Para conectar con nosotros mismos y con el mundo.
Me viene a la cabeza una frase de Christoph Niemann (ilustrador) en el documental Abstract:
“Todo lo que sucede de 9:00 a 17:00 es trabajo. Y a menudo, estas cosas tienen que pasar fuera del estudio”.
Tiene razón.
Toda la razón, el movimiento es importantísimo. Nos encabezonamos en sacar una idea, en solucionar un problema, en dar con ese concepto, diseño, escena... pero llegado cierto punto tenemos que aprender a soltar y dejar espacio. El paseo da ese espacio tan necesario y pone en marcha nuestro cuerpo, volviéndonos receptivos. Me encanta pasear por esas calles secundarias sin coches, mejor aún si son peatonales, y que tengan árboles frondosos y el trino de los pájaros al atardecer. Alimento para la creatividad 💙 M.
Me ha encantado y me han dado ganas de salir a pasear. Me gusta mucho como describes cada sensaciones y nos haces pasear contigo